Una mañana en el restaurante

pexels-elina-sazonova-1850595-scaled-thegem-blog-default

Llevamos dos horas viéndonos insistentemente desde ambos extremos del restaurante. Ella, elegante, viste un suéter rojo de cuello alto y unos aretes de perla opacados por dos enormes zafiros disfrazados de ojos. Está acompañada por un pequeño hombre calvo de mediana edad y yo por mi colega del trabajo. Aunque estamos en mesas separadas en paredes paralelas y vemos a distancia las muecas que hacen nuestros acompañantes al hablarnos apasionadamente sobre chismes del momento, ella y yo solo fingimos estar interesados en sus palabras porque desde hace rato decidimos dar prioridad a ese mutuo llamado de miradas que solo nuestros ojos escuchan e ignoramos aquello que los oídos deberían atender. Respondemos con un “sí”, a veces con un “ajá”, rematamos con un “no, pues sí” y terminamos asintiendo con la cabeza; sabemos que todo nuestro repertorio de pensamientos lo acaparan los recuerdos tratando de dilucidar la razón por la que ambos nos reconocemos tan familiares. Por fin decido escuchar el relato de mi colega para tratar de asociar sus palabras con mi búsqueda de alguna memoria de esa extraña pero conocida mujer de ojos marinos. Entre el río de palabras logro pescar algunas como “amigo” pero estoy seguro que la mujer de ojos de zafiro no es amiga de alguien conocido; logro pescar entorno” pero de haberla visto antes estoy seguro que la recordaría; pesco la palabra “sueño” y tengo una revelación: una larga cadena de fotogramas oníricos se proyecta sobre mis ojos y siento cómo un nudo de intriga se deshace en mi corazón ¡Sí, la había visto en un sueño! Pero a medida que recuerdo mi sueño comienzo a hundirme en un pozo sin fondo, pues me percato de que no solo la había soñado hoy, antier y el mes pasado, sino que llevo un buen trozo de mi vida soñando con ella, que me abraza, que me lee y me canta para dormir. Doy un sobresalto en mi silla y derramo un poco del café que tengo en la mano, ella a la distancia también se sobresalta y me percato que su acompañante hace amables señas con la mano y se dirige al baño. Aprovecho para decirle a mi colega que voy al sanitario, me levanto y voy caminando hacia la mujer, que no deja de verme con sus ojos lapislázuli hasta que por fin estoy frente a ella, una nube de escenarios comienza a rodear su rostro. Le resumo dos horas de pensamiento en una oración:

Sé que no me conoces y no me lo vas a creer, pero quiero decirte que soñé…

Sí —me interrumpe— yo tampoco te conozco y llevo soñando casi toda mi vida que eres mi hijo. 

90

Dejar un comentario

X