El cuadro de hipogrifo

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Delante de mí, pende un cuadro de un hipogrifo en pleno vuelo. No tiene marco. La creatura de cuerpo azul, similar al de un caballo, tiene garras, cabeza de águila y alas con las que vuela en el ocaso. Los colores del cielo son rojizos y azules. En el extremo inferior derecho aparece la leyenda “Mariscal 2008”. 

            La pintura fue un regalo de Cris, novia de mi papá durante el 2008. Recuerdo con claridad que ella tuvo problemas con su divorcio y lo de mi papá con ella no pudo ser. Él la recuerda con cariño, yo también; es la pareja de mi papá (después de mi madre, por supuesto) que mejor me ha caído. Era atenta y sabía cómo convencer al viejo para que los tres viéramos las películas de miedo que yo elegía. 

            Por si fuera poco, ella me pintó este cuadro. Yo sabía que pintaba y ella sabía que yo era un empedernido de la fantasía. Por aquella época, yo coleccionaba unas tarjetas de Yu-Gi-Oh, cada una de ellas con diseño único. Desde dragones hasta robots, pasando por hechiceros, dioses y mucho más. Había una carta con un hipogrifo, idéntico al del cuadro. Ella la vio cuando, probablemente, le mostraba mis naipes y se sintió atraída por el dibujo. Tanto le gustó y tan grande era su cariño por mí, o por mi padre, o por ambos, que decidió hacerme una pintura replicando ese hipogrifo. 

            Recuerdo la tentación de decirle que prefería otra ilustración. La del grifo no era mi favorita. Había muchas cartas que me gustaban más. Opté por no decirle nada, ella escogió esa carta por algo, así que confié. Debió de haber tardado más de lo que yo quería que tardara por mi ansia de tener el cuadro. Es bonito, no es tan pop como hubiese esperado en esa lejana infancia. Tardé poco en colgarlo, menos aún en apreciarlo y, finalmente, decidí conservarlo hasta dieciséis años después.

            El cuadro me gusta y creo que me gusta más por el hecho de que lo pintaron especialmente a mí. Estoy en casa de mi mamá, con el cuadro de Cris Mariscal, la exnovia de mi papá, viéndome desde lo alto. El ojo amarillo e inquisidor del hipogrifo no descansa, me cuida. Me pregunto por qué lo pintó, me pregunto si me recuerda. Si algún día me la encuentro, me presentaré y averiguaré si recuerda el cuadro que me hizo. Independientemente de su respuesta, yo le diré que lo conservo sobre el escritorio en el que me siento todos los días por varias horas. Le haré saber que el hipogrifo y yo seguimos siendo amigos.  

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