
Para mí el deporte es una forma de comunicarme con Dios. No lo afirmo por esas veces en que creo que moriré de fatiga. Más bien me refiero a la conexión con una fuerza superior que siento cuando hago una rutina difícil, y que, como cristiana, sólo puedo atribuir a Dios.
Sin embargo, antes no era así. Cuando era niña rehuía la clase de educación física porque me centraba en el cansancio. Me faltó un docente que hablara de la importancia del movimiento en las mujeres, porque en las mujeres moverse es político. Hace poco escuché un discurso de Marion Reimers: “el deporte sirve para que las mujeres recordemos que tenemos un cuerpo y que es nuestro”. Esta sentencia, por más absurda que parezca, es verdad: nosotras a veces olvidamos que nuestro cuerpo no sólo es para servir a terceros. Aunque podríamos hacerlo, hay algo más y el cuerpo nos vincula con el placer en todo aspecto. Así ves a madres, esposas, hijas, atendiendo la vida, prometiéndose un descanso, aunque el día no llega y las exigencias siguen.
A mí (soltera y sin hijos) ejercitarme me sirve para sacar una espina: ¿qué niña escuchó comentarios traumáticos sobre su físico? Todas, pero yo además era tímida y sin coordinación. Recibí burlas de familiares y conocidos. Crecí viendo al ejercicio como enemigo por miedo a fallar y a ser regañada en público, hasta que entré a MINE, un programa virtual de acompañamiento en deporte, nutrición y psicología para mujeres, impartido por nuestra amiga y entrenadora Angélica, a quien considero familia. Llegué por mi ansiedad, llevaba casi 5 años de entrenar en casa (con tutoriales de youtube) y días en el gym sin esos resultados. ¿El problema? En el fitness no hay espacios suficientes creados para mujeres, o donde mínimo consideren que las mujeres existimos y somos diversas. Los pocos lugares para nosotras se basan en el estereotipo del cuerpo curvilíneo y estético para la sociedad (un cuerpo sin músculos grandes).
Cuando les dije a las chicas de MINE que quería “hacer músculo”, por su reacción entendí que comparten el deseo de hacer del cuerpo un lugar propio. No hubo ni hay acoso de ningún tipo, ni ninguna maestra que corrija posturas a través de la humillación, todo se construye a partir de la motivación y las felicitaciones por cada progreso.
¿Las mujeres somos competencia? Claro que no, en los entrenamientos hallé compañerismo, pero sobre todo encontré la voz de Dios hacia mi alma y me encontré a mí. Por eso creí necesario expresar mi respeto a las mujeres deportistas, más a las que son mis compañeras.