X: Hoguera de reminiscencias

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Hay un temor antiguo,

uno que duele,

arde,

uno que pudre y fermenta,

uno que conservo desde

antes de nacer,

un temor que pertenece a mi abuela,

a mi madre,

a mi hermana,

un temor que sin pedirlo

me fue heredado.

Hay un recuerdo,

   el primero,

poseo un recuerdo pintado con sangre materna:

sangre de mamá rodando por las escaleras,

sangre de mamá golpeada por papá,

un recuerdo formado antes de nacer:

mamá huyendo con sus dos hijos,

amoratada

subiendo al metro

esperando no ser encontrados;

huyendo, para después volver.

 

Hay un recuerdo más lejano,

el de papá siendo un niño,

un niño que observa

cómo su padre

amenaza de muerte a su madre

después de violarla,

un niño

que escribe su nombre

en el suelo

con la sangre de su madre

y se promete

no repetir la misma historia.

 

Un temor que fue aumentando

después de nacer, crecer,

ser un niño afeminado,

y ser afeminado es así

como estar maldito,

como tener lepra,

como ser menos que desecho

y siempre

hay alguien que te lo recuerde,

todos,

en especial

los machitos,

los niños, los hombres, un padre

     Dios, “Los”.

            También las madres,

 abuelas,

 maestras de primaria,

un recordatorio sobre el mal,

mórbido,

entonces:

           un padre hace sangrar

           a su hijo de cinco años

           para corregirle lo puto

entonces:

              una madre golpea a su hijo

              de seis años, porque ahora

              ella tiene el poder de corregir,

              de no ser la víctima, ser la victimaria

entonces:

              el padre le niega un abrazo a su hijo,

              finge que no existe

entonces:

              una madre patea y escupe a su hijo,

              oprimir libera

entonces: el padre se ausenta,

               la madre se hace cargo

entonces:           

la crueldad surge

para potenciar

la poética del miedo,

  el hogar

se prende fuego

convirtiéndose en

incendio

y los niños aprenden

a odiar

y odian lo femenino

y odian lo vulnerable

y odian a otras infancias

   porque sus padres

   les heredaron

   la fórmula para sobrevivir:

Hacer desangrar la otredad.

 

El recuerdo toma fuerza,

los recuerdos se enraízan en la infancia,

toda la fuerza del yo para aniquilar al yo,

perpetuando un ciclo sin fin

que jerarquiza la fuerza de los cuerpos.

 

Entonces el recuerdo se transforma

y el niño ahora es padre y está casado

y tiene tres hijos: un drogadicto, una pendeja y un joto.

Y aventó a su esposa por las escaleras

y también está a punto de amenazarla

de muerte.

 

Entonces:

 llega el momento

de sacrificar a alguien

en el recreo,

y a Dios

no hay nada que le agrade más

que recibir de ofrenda a un niño,

un niño puto, PUTO, putito,

y los niños, esos que sí nacieron

varoncitos

subirán al cielo

vanagloriados y aplaudidos

pues han matado al joto,

sus padres han criado

a los hombrecitos del futuro.

 

Y los niños se convierten en jóvenes.

Comienzan a alzar faldas,

comienzan a ver pornografía,

y despierta un impulso y repulsión

por lo femenino.

 

He heredado un temor;

el temor a los hombres

el temor a esa materia invisible

esa construcción

opresora

temor a la guerra

temor a ser agredido

temor a la sangre

a la leche

el temor al acoso

el temor a la masculinidad.

 

La primera vez que un hombre

me agredió tenía tres años,

y aún no podía defenderme

y acepté su violencia

como se acepta el destino:

Asfixiado de resignación.

 

Fue entrar en un pantano,

perderse en un páramo,

algo así como romperse

en dos sin

consentimiento.

 

Sobrevivir a hundirse

en el lodo

e intentar salir

ileso

despersonalizado,

pues ahora es otro

el que sale,

es otro el que intenta seguir,

es otro el que saca fuerza

de no sé donde

e intenta

salir

con algo más que el alma rota.

 

Y sale para incrustarse

de lleno en la maleza,

sangrando leche,

sangrando porque no hay nada

más que hacer,

coagulado,

terriblemente roto,

quebrado

sangrado, libre,

libre de aquel cuerpo,

de ese cuerpo,

jardín lleno de impurezas,

un jardín al que es necesario

prender fuego

préndeme, fuego

satúrame, fuego

invádeme, fuego

lléname, fuego

rézame, fuego

manifiéstame, fuego

¡Préndele fuego!

 

El fuego como el desangrarse

purifica.

 

Esa sangre que es leche

es absorbida por la tierra

autosacrificio

regenera el núcleo

entonces el cuerpo,

cuerpo/objeto

cuerpo que es objeto,

cuerpo quebrado,

empieza a ser invadido

por la materia natural

naciente,

se adhiere,

se enrosca,

cruza todo el cuerpo,

regenera,

zurce la herida

—el cuerpo permanecerá

toda la vida

partido en dos—

entonces,

se abren los ojos

y un grito gutural,

un sonido antiguo,

stico,

desgarra mi garganta,

la garganta

instrumento de viento,

el universo vuelve a ponerme

dentro del cauce

insignificante que es la vida,

vivir,

sobrevivir

renacer,

porque la sangre me ha vuelto eterno,

desmemoriado.

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