A Lunita le dolía la vida

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Uno de los tormentos de quienes se quedan tiene que ver con las señales que dejamos pasar. Esas situaciones que, a pesar de tener frente a nuestros ojos, dejamos ir.  Por eso me quita el sueño recordar la primera clase que tomé contigo.

Era noviembre. Afuera llovía y tú, Lunita, tenías la nariz roja a causa del inclemente frío.

—¿Por qué escribimos? —me preguntaste.

—Escribimos para desnudar nuestras sensibilidades, y exponer las formas en que el mundo nos impacta desde nuestros ángulos particulares —respondí apelando a tu formación sociológica. Cerraste los ojos y asentiste con la cabeza. Mi respuesta te agradó.

—Escribimos para hacer realidad el mundo. Nombrar y simbolizar a las cosas, a las personas y a sus situaciones, es un principio de realidad. Nombrar vuelve al mundo un asunto compartido. La vida es significativa en tanto que podemos compartirla y contrastarla mediante el lenguaje. Y todo ello también refiere a una función social del arte: la injerencia. Pues nombrar algo, hacerlo existir, es poder actuar sobre ese algo —dijiste entusiasmada —. Una obra literaria no vuelve real la totalidad del mundo. Es más bien una parcialidad interpretada, sujeta a la sensibilidad contingente de la persona artista. Hacemos realidad nuestros modos de ser y estar en el mundo. Y lo increíble no acaba ahí, ya que podemos establecer nexos de sensibilidad con otras conciencias, hallarnos en la otredad.

¿Qué buscabas hacer realidad con tu literatura, Lunita? Debí preguntármelo. No lo reflexioné ese día. Quizá por falta de tiempo. Debí prestar atención a la clase para que no se me escapara la continuación de tu idea. 

—La literatura también puede revivir al mundo cuando revela una verdad, pues, cuando se silencian las formas más perversas de la existencia, corremos el riesgo de colocarle un velo al evitar nombrarlo.

Querías volver realidad tu ausencia. Ahora lo sé. Escribías para no velar tu dolor y terminaste por hacer verdaderos los finales de tus relatos: “a quien la vida le duele no sobrevive.”

Y te fuiste sin advertirme que el arte tiene sus límites; que no todo lo puede hacer realidad. Lo sé porque, por más que te vuelco en las letras, no logro devolverte al aula dónde me dabas clases de literatura. Pero te he estado interpretando con capricho melancólico. Lo real es tu falta. Eso ni la literatura puede cambiarlo.

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