If it be thus to dream, still let me sleep
-Shakespeare, Twelfth Night
Cuando la conocí a usted yo tenía diecisiete años y pensaba que el mundo me pertenecía y que no necesitaba más que lo que podía cargar en mis bolsillos. Caminaba a toda hora. Cuando no caminaba leía y cuando no leía era porque buscaba libros o dormía.
Ocurrió así que una noche, sin saber si era sueño o verdad, la vi a usted. No se espante, no es mi intención perturbar la quietud ni mostrarme como un entrometido en los asuntos de su vida. Si la vi fue más bien de una manera accidentada, casi involuntaria en un inicio (aunque debo confesar que la curiosidad me instó a perseguirla). Le ruego, querida señorita (y disculpe nuevamente el apelativo), que no se aleje y escuche todo hasta el final.
Estaba usted saliendo de la panadería que se encuentra en la calle de Cibeles. Yo caminaba, como era mi costumbre, cuando llamó mi atención el ruido de sus zapatillas. Cuando volteé a mirarla, usted se empeñaba en corregir no sé qué detalle del plisado de su vestido. Llevaba usted puesto un sombrero delicadamente inclinado hacia su izquierda y una red que cubría las facciones delicadas de su rostro. Se alzó el manto para acercarse un cigarrillo especiado a la boca y entonces vi los detalles de sus labios, de sus ojos indiferentes y del rostro que evocaba una resignación melancólica. Llevaba usted puestas unas medias que se ajustaban con una fuerza voluptuosa a sus tobillos y unas zapatillas de charol color vino que hacían reverberar la luz de una tarde inmisericorde. No se espante usted, querida señorita, cuando le refiero todas estas cosas. Si pudiera usted creerme, le diría que mi único pecado fue mirarla el primer segundo, todo lo demás fue una consecuencia de ese primer segundo. Yo la seguí por varias calles, manteniendo siempre mi prudente distancia que poco a poco se fue agrandando por su apresurada marcha y el retraso de los demás paseantes. Yo me alzaba de puntas entre la gente para no perder de vista su sombrero. Pero fue todo en vano, vi cómo usted se subía a un coche negro y la vi alejarse por el Eje, entre las jacarandas y los cafés de la calle.
Cuando desperté, me invadió un profundo sentimiento de desolación, como si algo en el mundo hubiera cambiado para siempre. Desde entonces yo la busco en los sueños y en la realidad, a usted y al coche negro. Quizás, si la vida es buena, un día llegue a verla y entonces correré hasta usted y le diré que la amé desde que la vi por vez primera, incluso si usted no me hubiera conocido jamás.