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Escuchar
¿qué murmuran bosques
con el viento?
Acaso preguntan
¿cómo devolvemos el aire al mundo
qué sangres recorre
cuándo regresa?
En el inhala-exhala
dentro y fuera
¿dónde habita?
Un instante en ti
en mí
y en las hojas
Ese que no conozco
¿a dónde llevará
nuestro aire?
El árbol respira
el ave posada en sus ramas
lo volverá nube
descenso de rocío
Hojas en el suelo
construyen
memorias del árbol
Semillas viajeras
germinan en silencio
hasta tejer sus ramas el bosque
Lluvia alimenta la raíz
origen que desciende
pero no cae
como fruto en ofrenda
Todo se mueve en el árbol
y él permanece firme
invocando al cielo
Gotas de agua
ya no son nube
Frutos y hojas
no son árbol
Pétalos no son rosa
Lágrimas no son mar sereno
Todo lo que se desprende
nos enseña a caer
Ver la lluvia hasta equivocarse y hablar
de la orfandad de los albatros como
alzarte desde los últimos escombros que
el silencio cantaba para ti.
Pasa en mí
tus edades confinadas
espina de desierto extraordinario
amada humillación dolencia ¿Cómo
callar la piel a la palabra y
desmejorar tus resonancias deseadas?
¿Cómo dignificar las cegueras que llenan
tus vacíos inexorables?
¿A quién se reclama el hecho de
que tu corazón huela como lluvia
mojando los desiertos del este?
Te escribo para hacer justicia
por mi propia mano.
Algo germina en mí,
algún nacimiento turbulento,
como un torpe despertar,
se vuelca a la vida.
Terrible e instintivo,
toca mis tripas.
Le temo y resisto,
agazapado en mis normas, las evidentes
seguridades de un hombre.
No conozco su naturaleza.
No tengo palabra para ello.
No puedo ver su forma.
Pero allí, inescrutable,
apenas bajo tierra,
se encuentra la largamente evitada latencia.
Como los hongos en la madera de roble,
donde la montaña de altas laderas
aparta al mar,
Cuando las débiles lluvias de noviembre,
humedecen el mantillo,
despertando sus esporas–
Como ellos,
repugnante, abundante e imperioso,
lo que temo y deseo
asoma su cabeza
Mañana, mañana
Me siento tan solo en la mañana
Mañana, mañana
La mañana me trae dolor
Brillo de sol, brillo de sol
El brillo del sol ríe sobre mi rostro
Y la gloria de crecer
Me coloca en mi putrefacto lugar
Atardecer, atardecer
Me siento tan solo al atardecer
Atardecer, atardecer
El atardecer me trae dolor
Brillo de luna, brillo de luna
El brillo de la luna aquieta con gracia a las colinas
Y el secreto del resplandor
Busca quebrar mi ingenuo rostro
Noche, noche
Apaga la sangre en mi mejilla
Noche, noche
No me trae el alivio
Brillo de estrellas, brillo de estrellas
Siento tanto amor bajo el brillo de las estrellas
Brillo de estrellas, brillo de estrellas
Amor, bésame mientras sollozo
La vida es Gary Cooper peleando contra los árabes en su uniforme
de la Legión Extranjera.
La vida es leer a Kierkegaard en 1948 en la biblioteca de la calle Cuarenta y Dos.
La vida es madre y tías y tíos y primos y el recuerdo del padre.
La vida es enumerar los suicidios y psicosis de éste y el otro.
La vida es indignación, indignación contra aquellos reales o imaginados que
se han vuelto ricos y exitosos y se fueron y te dejaron arrastrándote en la
desesperanza.
La vida es analizar verbos y cepillarse los dientes.
La vida es jugar al Monopoly y al Scrabble, y al tenis y el ping pong y
avanzar hacia el siguiente destino.
Sobre todo, la vida es engañosa – cuando aquellos olvidados regresan,
cuando encuentras viejos amores y nuevos odios y combinan inextricablemente
el entretejido en un lienzo del cual uno nunca puede percibir el diseño
maestro predominante.
Volver a ser austeros, ser la noche en el médano.
El campamento de una juventud vieja.
La mirada detrás de una llama, rastros
de sombras conectándose.
Prendidos en el aire de unas pocas preguntas,
con la alegría fácil.
Recuperar esa confianza aunque hayan
quedado lejos
la estela desprolija de las carpas,
aquel candor
y nuestras caras lisas,
y la arena moviéndose treinta años atrás.
Algo aprenderemos de estos días
de grillos encendidos al regreso de un viaje,
la plaza abandonada a la suerte de sus canciones
que insisten con el alto reino de lo imposible.
Algo nos quedará de esta derrota
las horas en avión destinando ese tiempo
a doblegar la urgencia de quedarse, algo
de lo propio se recrea ahora
cuando en el parque se juntan las pancartas
se ruega lucidez.
Y frente a eso quieta, los libros apilados
los recuerdos como películas que ya no se consiguen,
esperar la sorpresa de los próximos meses, confiar
en los ciclos del sur, en los ritmos del clima
saber que cede el agua, que cae este polvillo
se hace más tibio el aire y así, naturalmente
el cuerpo se prepara
para asumir las nuevas travesías.
Noche, te pido algo que por fin nos alivie
que devuelva lo nuevo en medio de lo nuestro.
Y esa alegría cierta, reanimándose.
(Irrupción que la nombra, no me olvides).
ENCIMA de la ropa sucia, de los manteles y el cartón de huevo;
sobre la veladora, los trapos y la prensa de café;
en la azotea a la que no subimos, arde un sol lateral que no hay ahora.
Eso que recordamos tú y yo será otro día,
cuando haya bajado el sol lo suficiente,
antes de que tus manos y las mías se hagan sombra, no figuraciones.