No eres tú.
Siempre yo.
Casa, árbol, dolor,
ventana, pan, baile, temor.
Siempre yo.
Siempre saliéndome al paso.
Bájate un libro
Un poema
como una gran batalla
me arroja en esta arena
sin más enemigo que yo
yo
y el gran aire de las palabras
y te rendimos diosa
el gran homenaje
el mayor asombro
el bostezo
Si pierden la razón las flores
cuando tú las miras,
si como en anteriores siglos
se deshojan al tocarlas,
si al tacto mueren,
si no responden claro
cuando las interrogas,
la razón te asiste:
estás enfermo
y el mundo está construido
para tu desgracia.
El mundo tiene exactamente, cruel,
la forma de tu sufrimiento.
Tal vez, acaso, a lo mejor, quizá, en el fondo,
dicho de algún modo, en cierta forma, entonces,
no lo sé, es posible:
no nos hemos tocado,
ni nos conocemos
ni hemos estado aquí,
ni importa a nadie lo que nos suceda;
y no somos humanos
ni hemos sentido adentro cosa alguna
—murallones calizos y abstrusos de la costa
que se miran sin ojos y sin verse—
ni somos nadie
ni existimos
ni nada.
Qué extraños somos.
Siempre ciudades defendidas.
Bien defendidas siempre.
Ciudades extranjeras
de habitantes nativos.
Heridas por el cólera antiguo,
las pestes venideras.
Al asalto perpetuo preparados
con el aceite hirviendo en las murallas
o las escalas puestas para el abordaje.
Ciudades desterradas hacia su corazón.
Ciudades con la ciudad por cárcel.
Las torres enemigas, las almenas mordientes.
Páramos de carne.
Ciudades solas,
no conquistadas nunca.
Es oficio del río
descifrar el secreto del agua.
A los hombres del mundo,
las mujeres, los niños,
corresponde también
descifrar el oficio del río.
Como un río nacemos,
sorteamos peligros,
nuestro cauce se ensancha.
Otras aguas nos hacen crecer:
manantiales y lluvias,
hilos de agua,
nos nutren el cauce imperfecto
que avanza y avanza
extendiendo su curso.
Y aquí vamos
al encuentro de un mar
que es el sueño de todos.
Aun si supiera
que el mundo
explotará esta noche,
hoy también te diría
con un beso
“hasta mañana”.
La única manera de que el mundo
alcance una extensión ilimitada
es la poesía
Si las cosas esperaron con paciencia su palabra
entre la más antigua oscuridad del mundo
era porque necesitaban esa luz
Y si el mundo se explica con palabras
que así sea
acaso nunca lograremos ese canto
pero es la tarea interminable
Atardece
como un amanecer a la inversa
retrocediendo hacia la noche.
Y cuando la noche cae,
nadie sabe
si abre o cierra los ojos,
si se desnuda o se viste,
si se levanta o se acuesta.
Nadie sabe si llega o sale,
si abre o cierra la puerta,
si estos son los sueños de ayer
o las pesadillas del mañana.
Las calles están silenciosas
y desiertas. Solamente cruzan
las sombras de los árboles.
No se oyen pájaros, bocinas,
ni siquiera el motor inminente
de un auto siempre aproximándose.
Los ascensores, las escaleras
y pasillos de los edificios, vacíos.
En una cocina un charco
en torno al refrigerador
que se deshiela
con sus bandejas desnudas
y la puerta abierta.
Conservada en el hielo
no hay más que una arveja
muy pequeña, redonda y verde.
Cada célula es una casita
de muñecas donde se juega
al papá y a la mami,
al doctor y a las visitas.
Son primos nuestros padres,
las visitas son del virus
y las hermanas, abuelitas.
En cada célula, en cada casita,
hay un papá con una mamá
y una guagüita en su cunita
repetida, única, infinita.
Sin ánimo de limpieza,
como el muerto nervio
de la muela de loza,
me sumerjo y remojo.
Desganado me enjabono,
enjuago, escobillo.
Quisiera seguir
la suciedad que me abandona
y hundirme velozmente girando
en el ombligo de la cloaca
como la flor del torbellino.
Por ahora no sé quién eres.
ni adónde estás siempre.
Sé que nos ha tocado vivir
en la misma ciudad
y en un mismo país de la tierra
al mismo tiempo.
Y eso me basta.
Hoy es de noche, pero mañana
saldré como ayer en tu busca.
Estoy seguro sabré reconocerte.
Por si acaso, para que sepas.
andaré como siempre,
con anteojos negros y bastón blanco.
Los niños conocen las marcas
de todos los autos
que corren por la carretera,
pero si les preguntas
los nombres de las estrellas,
lejanas, aunque visibles
adonde sueñan con viajar
en naves espaciales
más veloces que la luz,
se encogen de hombros.