El amor es un toro mecánico del que nadie se baja con elegancia…

Una atracción de feria

abandonada,

desafiando la intemperie.

Todos se paran frente al toro y se dicen

Yo puedo con él. Todos, sin excepción, confían

en sus talones

y se montan a la violencia eléctrica

de su lomo. Confían todavía cuando el movimiento

se inicia,

como si una mano poderosa e invisible

echase una ficha al aparato

sin previo aviso.

El clic metálico se recorta en el sonido,

una topadora minúscula

derribando

al silencio de un empujón. Entonces todo comienza, y ya

no hay manera

de emprolijar el cuerpo, esa forma

de la que antes creíamos tener dominio y que ahora

se nos revela

como si hubiese estado esperando su turno

comiéndose las uñas

desde que le pusieron nombre.

Si yo fuese un ratón

preferiría

perder mi cola en la trampa

antes que mi queso.

Una y otra vez.

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