Nuestra ciudad secreta o de donde vivimos los locos

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Los locos somos otros cosmos, todo el mundo sabe eso. Durante las tardes, cuando descansa el apresurado ritmo del día, los vagones del metro destilan un olor a vainilla, como a librería de viejo, por todos esos citadinos que aprovechan sus horas de transporte para leer algún libro, a causa de este tipo de gente que cada vez encuentro más, que se multiplican como polillas alrededor de una lámpara. Desde Cortázar hasta Villoro, pasando por los que prefieren leer revistas, todos los gustos son igual de válidos. Para nosotros no hay seis días a la semana para trabajar y uno para descansar; hay varios, infinidad de días distintos que nunca se repetirán. Algunos saben dulces como el color azul y otros saben agrios o amargos como el color rojo. Algunos son sólidos y definidos, como una griega escultura de mármol; otros, en cambio, se te funden entre los dedos, y nunca adquieren forma, como si el mismísimo Dalí los pintara en un arrebato de locura. Hay días que ocupamos para salir a dar largos paseos con esas personas que se marcharon de nuestras vidas, porque nosotros, mejor que nadie, sabemos que solamente nos pertenece aquello que hemos perdido. Todos los locos aquí conocemos a Lorenzo, un señor chalado y delgado que puso una florería afuera del metro Taxqueña porque dice que en el país del que él viene ya no nacen las flores. Cada noche riega sus flores con lágrimas, pues, según él, por ley de la naturaleza, después de las tristezas más profundas, siempre florece algo hermoso a nuestro alrededor. Asimismo, un estudiante de bachillerato va descubriendo que el amor es una competencia, casi un juego olímpico. Por eso en las canchas de fútbol, los novios contienden en divertidos y encarnizados partidos para ver quién se ama más, se regalan besos y lágrimas de felicidad que atesoran en la piel como en un baúl secreto, y al final, se entiende que, en este deporte, o los dos ganan o los dos pierden. Y en las noches, cuando nos vamos a dormir, mis amigos y yo seguimos soñando con este lugar en el que todas las mañanas se escribe una nueva canción, y las piernas solamente las usamos para bailar.
Claro que mucha gente no sabe nada de esto, porque todo esto ocurre en otra ciudad, dentro de la gran Ciudad de México, una ciudad que solamente nosotros podemos ver, una ciudad secreta.

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