Como un niño obstinado
que persiste en salir del laberinto
deambulas noche a noche por mis sueños.
Con el alma encogida yo te sigo
sabiendo que más tarde o más temprano
tú encontrarás la puerta y yo el olvido.
Como un niño obstinado
que persiste en salir del laberinto
deambulas noche a noche por mis sueños.
Con el alma encogida yo te sigo
sabiendo que más tarde o más temprano
tú encontrarás la puerta y yo el olvido.
La mayor aspiración de mi familia,
de mi generación,
de mis amigos
es tener un buen empleo.
Cualquier empleo.
Una plaza fija.
Vacaciones pagadas, prestaciones, café ilimitado, clips metálicos,
fotocopiadora en un cuarto aparte,
persianas de plástico [tiras de algo blanco que permanece]:
qué belleza el pvc fracturado.
No podemos aspirar a más porque no hay más.
Lo sé, lo sabe mi familia, mis amigos, mi generación entera.
Y heme aquí, convertida en una gran empleada,
subida en el autobús del gran sueño de tantos,
dispuesta a gritar cuando los objetos se acercan al borde de la mesa
Sobrellevar nuestra porción de noche
o nuestra parte de mañana,
llenar nuestro vacío de alegría,
llenarlo de desdén.
Aquí una estrella, allá una estrella.
Algunas pierden el camino.
Aquí una bruma, allá una bruma.
Después, ¡el día!
Una antigua historia china
habla de cómo un hombre hizo caer del cielo la cabeza sangrante
de un dragón recién decapitado
con sólo haber soñado que lo asesinaba.
Si los mexicanos tuviéramos ese poder
ya estarían lloviendo cabezas del cielo,
todas empapadas de sangre y con las corbatas atadas.
No serían cabezas de animales míticos:
serían cabezas de políticos.
Una bellísima leyenda bengalí
explica cómo antes se creía que los ogros y su reino eran inmortales,
hasta que una princesa descubrió
que con sólo salvar a dos abejas
dormidas en el fondo de un lago
inmediatamente se acababa con el reino de los ogros.
Si mi país pudiera encontrar un lago parecido
que escondiera algo cuya liberación
garantizara la destrucción de todas las instituciones
que permiten y encubren el saqueo,
creo que ya todos estaríamos en el fondo del lago.
Y se vería tan bello
cuando todos sacáramos al mismo tiempo la cabeza del agua,
con las manos extendidas
mostrando toda clase de hermosos insectos,
que alguien tendría que grabarlo.
Por otro lado, los antiguos mexicas
pronosticaban esto para los guerreros asesinados
y las mujeres muertas en un parto:
una caminata por el sol,
rodeados de cantos y bailes
entonados por criaturas extraordinarias
y por los compañeros.
Y después su reaparición en la Tierra en forma de colibríes.
Es verdad que todas las mujeres y hombres valientes y buenos
que este gobierno ha desaparecido o asesinado nunca volverán con nosotros.
Sin embargo, no podemos negar que la sangre de nuestros abuelos
corriendo en nuestras venas
es como la luz solar.
Y que nuestras ansias de querer cambiar el mundo
son como miles de colibríes.
Los días se van amontonando, Tadeo, y hay que comprar el gas, pagar las cuentas y seguir yendo al trabajo. Porque desde luego que a una se le desaparezca un hermano no es motivo de incapacidad. A una le dicen en la sala de maestros cuánto lo siento, ojalá que todo se resuelva, me apena mucho tu caso. Una es comidilla de uno, o dos, o tres días, tal vez hasta una semana. Pero luego ese chisme se vuelve viejo. La vida nunca detiene su curso por catástrofes personales. A la vida no le importa si tu daño es colateral o no. La rutina continúa y tú tienes que seguir con ella. Como en el metro, cuando la gente te empuja y la corriente te arrastra hacia adentro o hacia afuera de los vagones. Cosa de segundos. Cosa de inercias. Así voy flotando yo, Tadeo.
Hoy fui al museo a ver la obra de Ulises Carrión
y luego a un festival de poesía a comprar libros,
y no hubo un solo momento en que no te extrañara
y sintiera ganas de llorar.
Excepto, cuando estaba frente a una buena obra de arte,
o un buen poema,
o cuando vi varios rehiletes girando.
Todas estas cosas se parecen mucho.
Todas, si me concentro,
o sólo me calmo un poco,
me conducen a ti.
“No hay vida y arte. Sólo vida.”
Para no lastimar al que se entrega
incluso voluntario, de manera fácil,
favor de no tocar.
No poner el aliento en la mejilla
porque pondría la otra de inmediato,
no poner los labios sobre los labios
porque comienza a hacer castillos de alientos enlazados;
dientes y lenguas en golpes de rabia antigua.
Para no maltratar al corazón
favor de no tocar,
dejarlo hecho nudo si es preciso,
una raíz enredada en el pavimento, alimentada de aire y concreto,
y no tocarlo.
Hay amantes que no saben lo que quieren y comienzan por el final.
Para no minar al otro,
favor de no tocar
no acercarse a la peligrosa distancia del roce,
hay amantes en fatiga como si amar fuera un día difícil en la oficina,
un retraso en el tráfico,
una depresión adolescente.
No quitar la envoltura de la ropa,
no poner la nariz en el cuello,
no acercarse por ninguna razón, aún la necesaria,
a quemarnos de lleno las manos.
Mañana te espera la ciudad.
Sus sentidos presienten
el color de tu aliento,
la emboscada de lujo de tus ojos,
el compás de las piernas que sostienen
tu cotidiano imperio.
Mañana la ciudad será tuya.
Te negará secretos,
no te dirá su nombre ni tus mapas.
Mas paulatinamente, como el cuerpo
añoso que en el jardín recibe la bendición solar,
hará de tu breve falda su bandera.
Mañana la ciudad será más joven,
con tu sangre en sus venas
y en el aire el perfume de tu nombre.
Esta es nuestra juventud que se adelanta
al pensamiento. Prometo estar en la
vejez y seguir siendo el mismo. Respetando
a la marea tan atinada que producen
tus labios al sorber el té.
Tuitear a chorros.
Tuitear la digestión.
Tuitear el sueño.
Tuitear ante las puertas y los puertos.
Tuitear de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del Tuiter.
Empaparnos el alma,
la camiseta.
Tuitear las veredas y los paseos,
y salvarnos, a 140 caracteres, de nuestro TL.
Asistir a los cursos de antropología,
tuiteando.
Festejar los cumpleaños familiares,
tuiteando.
Atravesar el África,
tuiteando.
Tuitear como un cacuy,
como un cocodrilo…
si es verdad
que los cacuyes y los cocodrilos
no dejan nunca de tuitear.
Tuitearlo todo,
pero tuitearlo bien.
Tuitearlo con la nariz,
con las rodillas.
Tuitearlo por el ombligo,
por la boca.
Tuitear de amor,
de hastío,
de alegría.
Tuitear de frac,
de flato, de flacura.
Tuitear improvisando,
de memoria.
¡Tuitear todo el insomnio y todo el día!
No estoy enamorada. Una yegua no se enamora. Es sólo que hay momentos en que una voz que está muy dentro mío y que a veces circula entre los rincones de esta casa, entre la sangre de mi montura blanca, me dice que llame, que busque, que hostigue. Pero luego todo sigue igual, las mismas noches, las mismas batallas, las mismas rutinas, el mismo espejo que me devuelve la imagen de quien soy yo en concreto, de quien soy en la mitad de mi corazón de oro, ese que regaló, ese que no me dejó sacar más. O yo entre el maquillaje que pocas veces uso, para que no se vea el rostro de la enfermedad, el rostro del amor. No estoy enamorada no lo estoy, ya no me enamoro; una yegua no puede estarlo. Entonces pienso en mi amo, en mi señor. Elaboro mi rostro en el espejo, un rostro fiero, terso, de dientes alargados y amarillos. Pienso cuando como sin lograr saciarme; cuando pasan por esta cama y no se encuentran, y yo, y yo no. Luego pienso que quizás debiera tener la mitad de un corazón de oro para el reinicio, para intentar olvidar.
Tu corazón bombea 343 litros de sangre
cada hora.
Es decir, más de 8, 000 litros de sangre
al día.
Como 3 millones de litros de sangre
al año.
El equivalente a llenar de sangre
cuatro albercas olímpicas.
La vida es un ensueño de ingeniería atómica.
Come frutas y verduras.
Mi táctica es favearte,
aprender como posteas,
quererte como stalkeas.
Mi táctica es mandarte un inbox
y que me dejes en “Leído”,
construir con emoticones
un puente indestructible.
Mi táctica es aparecer en tu timeline
no sé cómo ni sé con qué pretexto,
pero que me agregues a tus listas.
Mi táctica es trollearte
y saber que eres franca
y que nos compartamos selfies
para que entre los dos
no haya telón ni abismos.
Mi estrategia es en cambio
más profunda y más simple;
mi estrategia es que un día cualquiera,
no sé cómo ni sé con qué pretexto,
por fin te vuelvas meme.
Abuelo
algunas veces
llegaba tarde a casa
con ganas de mandarlo todo al diablo
Quizás habría bebido unos tragos de más
pero el abuelo ebrio
era tan sólo un hombre en su sillón
un hombre como éste que hoy fuma en la penumbra
mientras que por su rostro
desciende
lentamente
la pincelada amarga
del dolor