Aman los puercos.
No puede haber más excelente prueba
de que el amor
no es cosa tan extraordinaria.
Aman los puercos.
No puede haber más excelente prueba
de que el amor
no es cosa tan extraordinaria.
Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de esos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.
Como si el verde pasto celestial,
el mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que tanto y tanto amor
y tanto vuelo entre unos cuerpos
al abordaje apenas de su lecho, se desplome.
Que una sola munición de estaño luminoso,
una bala pequeña,
un perdigón inocuo para un pato,
derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
y desgarre el cielo con sus plumas.
Que el oro mismo estalle sin motivo.
Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se destroce.
Que tanto y tanto, una vez más, y tanto,
tanto imposible amor inexpresable,
nos vuelva tontos, monos sin sentido.
Que tanto amor queme sus naves
antes de llegar a tierra.
Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños, animales domésticos, señores,
lo que duele.
Mañana, bajo el peso de los años,
Las buenas gentes me verán pasar,
Mas bajo el peño oscuro y la piel mate
Algo del muerto fuego asomará.
Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora
Pasa? Y alguna voz contestará:
—Allá en sus buenos tiempos
Hacía versos. Hace mucho ya.
Y yo tendré mi cabellera blanca,
Los ojos limpios, y en mi boca habrá
Una gran placidez y mi sonrisa
Oyendo aquello no se apagará.
Seguiré mi camino lentamente,
Mi mirada a los ojos mirará,
Irá muy hondo la mirada mía,
Y alguien, en el montón, comprenderá.
Ya no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.
el tiempo tiene miedo
el miedo tiene tiempo
el miedo
pasea por mi sangre
arranca mis mejores frutos
devasta mi lastimosa muralla
destrucción de destrucciones
sólo destrucción
y miedo
mucho miedo
miedo
El tiempo es esa nada que hace todo tan irreversible
Marcos se aproxima a saltos a los
Carlos lo sigue de cerca
Tere 8 menos que él y más que yo que entro a los 30
esta ciudad 118 y México 500 y tantos
algunos árboles de California 5000
el mundo 45 billones de años y sigue aquí firme
girando girando
del universo ni nos preocupamos
cuando llueve con la vista baja vemos los charcos
y el mar con cierta nostalgia
las gotas de lluvia que vuelven y abrazan a su abuelo.
Qué es tiempo, me preguntas,
no sé cómo explicarte sin que ocurra,
salvo intercalando unas cuantas descripciones:
tiempo es devenir de tiempo, de puro tiempo en el tiempo, se abstiene si lo detienes, pule la metáfora indecisa de su
paso,
se va rápido el tiempo, nunca basta, dura cuando se le
observa:
¿conciencia de sí o de mí?
Pero pensando en la elegancia de los argumentos. Tiempo eres tú no yo. Tiempo la canícula. Tiempo la
intemperie.
¿Cuánto queda? ¿Cuánto falta?
Me despido de mi mano
que pudo mostrar el rayo
o la quietud de las piedras
bajo las nieves de antaño.
Para que vuelvan a ser bosques y arenas
me despido del papel blanco y de la tinta azul
de donde surgían ríos perezosos,
cerdos en las calles, molinos vacíos.
Me despido de los amigos
en quienes más he confiado:
los conejos y las polillas,
las nubes harapientas del verano,
mi sombra que solía hablarme en voz baja.
Me despido de las virtudes y de las gracias del planeta:
los fracasados, las cajas de música,
los murciélagos que al atardecer se deshojan
de los bosques de casas de madera.
Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto
para entonar canciones pasadas de moda.
Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de ésas en que las calles se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias.
Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
–la sal y el agua
de mis días sin objeto–
y me despido de estos poemas:
palabras, palabras –un poco de aire
movido por los labios– palabras
para ocultar quizás lo único verdadero:
que respiramos y dejamos de respirar.
Vimos llegar mañanas
que eran bandadas de grullas
con maravillas en las pupilas
y las seguimos a puertos olvidados.
Allí nos esperaban muchachas descalzas
con las que bailamos en los galpones
donde se guardan las redes y los remos.
Las grullas de la mañana se van
como serpentinas tras la fiesta.
Alguien niega su amor
a nuestro hermano el vagabundo.
Pero una banda de músicos ebrios
nos guía hacia circos pobres
para que hallemos a todos los amigos.
Los trenes de carga nos dejan en pueblos
donde nos esperaba el verano
reuniendo gavillas de islas amarillas,
pero de pronto las inundan
los ríos silenciosos de la medianoche
y huimos hacia el granero ruinoso,
del que el viento era dueño y señor.
Un gallo canta.
Mil gallos le responden.
El tiempo entrega a los artesanos
la greda de nuevos días,
y cuando salgamos de nuestro encierro
la lluvia encontrará caminos desconocidos
para escribir de nuevo nuestra historia.
Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red,
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio
Que te metan en una maleta con destino a Lima, la ciudad de las ex novias, y aparezcas convertida en una foto con dos años de antigüedad cuatro años después. Es mi manera de aceptar que los rombos se han convertido en octágonos. No sé si será cierto la próxima vez que lo diga. Hoy lo es. Tu timbre resplandece a las tres de la mañana mientras crees que no hablo contigo porque tu timbre no resplandece. Hoy es un rombo.
Dando y dando
me voy callando,
un poco de raridad
por un poco de caridad.
Que escoja el viento,
o el dique de piedra
o la risa de hierro.
El báculo o la torre.
Ya nadie supo ni cómo
ni cuándo, ni dónde
vino a encallar,
su mundo en medio,
este trozo de mar.
Enfría de nuevo
calienta de nuevo
enfría de nuevo
calienta de nuevo
enfría de nuevo
calienta de nuevo
pasan los años
Las jóvenes diosas, nocturnas
apariciones (ropa oscura,
plata quemando sus ombligos)
en la cadencia de la pista,
comenzarán a despintarse
con la premura de los años,
los problemas, quizá los hijos
que no tienen aún. Ahora
miran tus ojos con un claro
desprecio (ya tienes cuarenta)
y piensas en ciertas palabras
de Baudelaire que les darías
como si fueran frutas tuyas
(si al menos se acercaran), si
supieran quién es el poeta.
Pero ellas danzan, te rodean
sin importarles lo que callas.
Envejeciendo solas, brincan
sobre tus textos (tan perpetuas
y frágiles), deidades nuevas,
ellas, que bailan retiradas
de tu florero de Lladró.
En la luz que custodia secretas alegrías
del tiempo de los niños. Debajo de los últimos
frontispicios de Baalbek o Menorca. En la brisa
de un balcón entreabierto a la fresca inocencia
de la yedra o el círculo virtuoso de una fuente.
Olvidados de sí, del mundo aparte, acaso
con unas cuantas páginas de sílabas en llamas
que agiten su ebriedad igual que un himno. Al sur
o al norte, en algún mapa jamás desenterrado
de las ruinas cubiertas de azules frisos griegos.
La cerveza bruñida contra el calor, desnudos
como yemas del árbol que crece en las laderas
del júbilo. En abril o en verano, sin más
porvenir que no sea la piel de un día encendido
con pájaros. A orillas de un beso. En otra tierra.
En otra vida. Todos quisiéramos estar
en un lugar distinto, distante, sin vestigios
ni agónicas memorias de la melancolía
o el tedio que destila con odio su ponzoña.