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13 May: Deseos

Como bellos cuerpos que murieron jóvenes,

encerrados con lágrimas en ricos mausoleos,

con rosas en el pelo y a los pies jazmines,

se ven los deseos que pasaron sin cumplirse,

sin que alguno de ellos haya alcanzado

la plenitud de una delicia sensual,

o un amanecer iluminado por la luna.

13 May: Nuestros cuerpos

Nuestros cuerpos, todavía jóvenes

bajo la grabada ansiedad de nuestros

rostros, e inocentemente

más expresivos que rostros:

pezones, ombligo y vello púbico

hacen de todos modos una

especie de rostro: o considerando

las sombras redondeadas

en pecho, nalga, cojones

lo regordete de mi vientre, el

hueco de tu

ingle, como una constelación,

cómo se inclina desde la tierra

hasta el amanecer en un gesto de

juego y

sabia compasión

nada como esto

viene a darse

en ojos o pensativas

bocas.

Amo

la línea o surco

que desciende

por mi cuerpo del esternón

a la cintura. Habla de

anhelo, de

distancia.

Tu larga espalda,

color de arena y

configuración de huesos,

dice

lo que a la puesta del sol dice el cielo

casi blanco

sobre un profundo bosque al

que vuelve una manada de cornejas.

22 Abr: Sin título

Escribo poemas sobre las cosas que me dan miedo

y espero a que un pulpo gigante

salga de la cueva de mi corazón y me ahogue;

como ese día en que mamá no vio

en que papá no escuchó

al agua arrastrando mi nombre

hacia adentro

hacia abajo

como el día en que el mar reclamó mi cuerpo pero no morí.

22 Abr: La mujer del cuadro (fragmento)

Pero sabes también que no existe el triunfo que alguna vez deseaste,

por eso en tu mirada puede oírse

el ruido del mar golpeando las costas solitarias y a veces el chillido de un pájaro detrás de la niebla o la llovizna pertinaz.

Ven aquí con tu colección de mariposas, con tus antiguos juguetes que ya no existen

y que parecen burlarse de ti desde ciertos rincones,

ven aquí con tus segmentos de niña asombrada.

Ven a mirar mis osos polares.

Ven, ahora que sabes que también en los labios aparece

—sin que nos demos cuenta—

el beso monstruoso y bello

de aquello que todavía llamamos el alma.

22 Abr: Las ciudades y la memoria. 2

Al hombre que cabalga durante mucho tiempo por tierras selváticas le dan ganas de ver una ciudad. Finalmente llega a Isidora, ciudad donde los palacios tienen escaleras de caracol con incrustaciones de caracoles marinos; donde fabrican violines y catalejos artísticos; donde el forastero indeciso entre dos mujeres encuentra siempre a una tercera; donde las peleas de gallos degeneran en sangrientas riñas entre apostadores. Él pensaba en todas estas cosas cuando deseó ver una ciudad. Isidora es la ciudad de los sueños, con una salvedad: la ciudad soñada lo albergaba siendo aún joven, pero llega a Isidora ya viejo. En la plaza está la tapia de los ancianos que ven pasar a la juventud; él está sentado junto a ellos. Los deseos son ya recuerdos.

15 Abr: Sin título

En los libros de geografía enseñan a cuántos metros está el punto más bajo del océano. El punto más bajo del miedo está dentro de ese abismo, junto con todas las heridas que se han borrado de nuestra memoria, pero que permanecen abiertas en nuestra sangre. Heridas que regresan como el sargazo que partió de nuestra playa, años atrás.

15 Abr: Ladrón malo, ladrón bueno

Hay un extremo sobre el cual diré la verdad, y es que voy a contar mentiras.

Luciano de Samosata

Robé una y otra vez y jamás me descubrieron:

pasitas, chocolates y tampones, baterías AA,

desodorantes; un anillo de plata

—se le desprendió el granate

y nunca más volví a lucirlo—,

un par de pantalones de mezclilla

—regresé al lugar del crimen

porque olvidé mis lentes—,

un libro de Rosario Castellanos

—regresé a pagarlo, fingiendo

haberlo llevado por descuido—,

una antología de Lȇdo Ivo mal traducida,

cuya lectura abandoné a la mitad.

Comía hamburguesas

sin pedir la cuenta nunca,

aconsejaba sobre asuntos

de los que no tenía la más remota idea.

Daba nombres y apellidos falsos

en la lavandería, las encuestas callejeras,

los boletos de autobús entre ciudades,

inventaba historias para los taxistas

sobre pueblos que nunca había visitado

y les convencía de cambiar

a otras marcas de aceite inventadas por mí;

tenía novios similares en ciudades diferentes,

cuya semejanza me hacía fantasear

con que eran el mismo.

Pero cada noche, sin falta, al llegar a casa,

me desmaquillaba a conciencia,

lavaba los trastes mientras repasaba mi día

con la atención necesaria para no olvidar

ningún detalle de lo que sí ocurrió

ni falsear la historia en sus mínimos engaños

para poder contársela el fin de semana

a mi abuelo de noventa años

que me esperaba porque alguien más le daba aviso,

y ya no podía reconocerme.

15 Abr: Silencio (fragmento)

Pedro:

Mañana en cada ojo crecerá un plantío de esta misma hierba, pero te estaré besando. Que atraviese tus ojos un rebaño de bes­tias taciturnas, que atraviese los ojos de ambos, que el deseo sur­ que las manos con las que nos tocamos y ponga en ellas nuestros cuerpos para saber curarlos. En este siglo de leyes y de tiempo, bajo esta hierba que crece al viento y nos empuja, este rosal de días, de años, donde estaba antes de reconocerte al fin se ha secado. Creo que he vencido. Creo que el abuso, la tempestad, mi antigua imagen dejan de ser incomprensibles. Entiendo todo, lo veo todo. Cierro los ojos en ti y miro las quemaduras de esta piel abundante. Miro las heridas de tu piel abundante. Nuestros huesos siempre serán de niños, pero mi piel contigo es la larga superficie de la san­gre, abundante, abundante piel que se extiende para tu tacto. En tu cuerpo, los huesos de una pequeña. Yo corriendo en días senci­llos se despiertan.

Me haré caer en ti, me haré invisible.