Vine y me iré solo
Eso no tiene remedio
La queja es siempre la misma
Sé cuál es el camino
que me lleva
Sé a dónde voy
Sólo espero
después de lo que venga
Ser un árbol frondoso
y que una pareja
haga el amor
bajo mi sombra.
Vine y me iré solo
Eso no tiene remedio
La queja es siempre la misma
Sé cuál es el camino
que me lleva
Sé a dónde voy
Sólo espero
después de lo que venga
Ser un árbol frondoso
y que una pareja
haga el amor
bajo mi sombra.
La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.
Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano!
Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún!
¿Aún…?
—Es preciso matar a Juan Darién. Es una fiera del bosque, posiblemente un tigre. Debemos matarlo, porque si no, él, tarde o temprano, nos matará a todos. Hasta ahora su maldad de fiera no ha despertado; pero explotará un día u otro, y entonces nos devorará a todos, puesto que le permitimos vivir con nosotros. Debemos, pues, matarlo. La dificultad está en que no podemos hacerlo mientras tenga forma humana, porque no podremos probar ante todos que es un tigre. Parece un hombre, y con los hombres hay que proceder con cuidado…
Existe una agencia turística que ofrece tours hacia la muerte, al inframundo, ida y vuelta, a bordo de autobuses especiales de color negro y características submarinas porque el inframundo está bajo el mar. Compro un boleto en la zona de andenes donde se indica el número del próximo autobús. Después de tomar la carretera, llegamos a la costa para internarnos entre las olas. Abajo está ese otro mundo, el de los muertos, casi una réplica del mundo de arriba: un espejo sumergido…
Temo que el caballo venga por la noche y me muerda la mano.
Que junto a mí se duerma muchas horas, que su lengua
toque otra vez mi nuca y emita un sonido espantoso.
Escucho cómo anda por la sala,
cómo respira, cómo su sangre de treintaiséis litros bombea
su cuerpo y mi tristeza. Soy un niño de ocho años cuya pesadilla
tiene cuatro patas, pelo abundante en la cabeza, ojos oscuros
como la luz del cuarto. Abre la puerta entonces
y el sonido de los cascos al chocarse.
Es difícil vivir
sin los caballos
después de haberlos
conocido
porque es difícil,
después de haber
conocido a los caballos,
tomarse la tierra
tan en serio.
De su propia vida pocas cosas recuerda que valga la pena anotar, excepto que una vez atrapó (teste sua manu) una golondrina en pleno vuelo.
De niño, cuando los pólipos,
me gustaban mucho los hospitales,
estos edificios grandes,
grandes bloques de concreto armado,
con muchos pisos,
torres circulares,
techos altísimos,
desniveles:
la rampa curva
por donde bajaban y subían
las ambulancias;
puentes,
pasillos oscuros,
tragaluces,
ventanas
y ventanales:
el resistero;
jardines cerrados al público,
fuentes,
esculturas,
amplias entradas y salidas
por todas partes.
A la salida de la clínica
en Gabriel Mancera,
frente a la casa de Alceste,
los escalones eran largos, muy largos,
yo los bajaba corriendo y pegando brincos
y luego íbamos por galletas Mac Ma.
¿Te acuerdas?
El destino de las sombras no es
el silencio, sino la luz.
Los hombres requerimos de un recuerdo para hacernos
de palabras y decirle mundo
al mundo, respuesta
a la pregunta, suposición
al ser.
El cielo nos cobija de abandono y en las nubes
no cabe un muerto más. Son
el vivo reflejo de los hombres
en tierra. Nadie avanza
con su propia memoria. No hay impulso
gravedad en la huella
sin la raíz de todos. Acaso
algún destello que nos hace situarnos
frente a la inmensa noche de los días: adivinar
un sol en la mirada de quien amamos
tanto.
Deja que derriben puertas,
que tiren muros,
que pinten las paredes.
Deja que salgan a la calle
envueltas en coraje
y con los puños en alto.
Deja que lloren,
que griten,
que enciendan antorchas
y lo quemen todo.
Déjalas,
que el mundo necesita caerse
para que todos vean desde abajo
el reguero de cuerpos sin nombre
que hay en todas las calles.
El miedo tiene rostros
que aún no conocemos.
Tiene maneras distintas
de comernos la cara
y la voz.
Te hace olvidar palabras,
voces
y lugares sagrados.
El miedo es un lodo seco
que nos duele en los ojos
y nos amarra la lengua.
Te hace olvidar el llanto de las madres
que no han vuelto a mirar
los ojos de sus hijos,
que todavía no encuentran
dónde poner
su dolor.
Te hace olvidar la rabia de los abuelos
que fueron despojados de sus tierras
y derribados por el viento
como pájaros
sin memoria.
Te hace olvidar la tristeza
de todos los pueblos
que fueron silenciados
y que fueron como hierba que se corta
y muere al sol.
He soñado hormigas negras,
caminan en procesión
y aúllan el miedo
que siente la tierra
por tanta sangre vertida.
He soñado hormigas negras
que presagian el final.
Te miro tejer un mantel para mi mesa
con las manos dibujas
círculos que rompen el aire
y entran
uno detrás del otro
hasta formar un bloque de tela
que sostendrá mi alimento
nunca dijiste te quiero
pero hay cosas que hablan por sí mismas
Primero habría que fijarse en la rigidez de sus espinas,
luego en la consistencia de su cuerpo
que debe ser firme y robusto,
más tarde habría que pensar en el clima
o en cada cuánto se le puso agua.
Un cactus muere tres meses antes de que nos demos cuenta
y es imposible saber si las pequeñas señales:
los bordes amarillos, el encogimiento,
son indicios de la muerte o tan sólo parásitos.
Los expertos dicen que sólo existe un signo
inequívoco de la putrefacción:
hay que pinchar su carne
para ver si brota algo y confirmar
que el hedor ha comenzado a formarse
desde dentro.
Dicen que el amor es de todos los días
pero yo no sabía que los cactus pueden llegar a ahogarse.
Pensé que cuidarlo era ponerle más agua.
Siempre me ha costado entender cuánto es suficiente.
la dificultad
para decir las cosas que lastiman
también las que al placer se refieren
a mí me gusta bailar
besar a mis amigas
y encontrar eso que se llama hogar
en su abrazo en su aliento
soy aquella que
cuida plantas
como cualquier otra
que quiere que la casa
no se desordene por un día
me gusta que me regalen flores
por varios años
lo negué categóricamente
y admito
que miré con envidia a mi hermana
cada vez que llegaba a casa
con un ramo que apenas
le cabía en las manos
Diosa de ronca voz y lisérgica mirada
eléctrica heredera de los campos de algodón
fiera predicadora del regocijo
de ocultar la timidez tras la melena,
ten piedad de nosotros, mortales
que sólo nos inyectamos antibióticos
y en la noche apagamos las bocinas
para no despertar a nuestros roomies.
Madre de todos los ávandaros y woodstocks
ten compasión de nuestras guitarras
maltratadas por los camiones
y afónicas ya de tanto esmog.
Cachondísima virgen del blues
perdónanos
porque ya cumplimos veintiocho
y no hemos muerto.
Cósmica chamana
ayúdanos a huir un rato de este siglo
ahora que se han gastado todas las utopías.
Patrona de los viajes
danos un aventón.