Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.
Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.
Quisiera perseguir algún poema
que hablase de mis noches, nuestra noche,
la misma noche cálida de rostros conocidos,
en el mismo rincón, ya no hace falta
preguntar lo que bebe cada uno.
Escribir, por ejemplo, puedo cerrar los ojos
y todo sigue igual, abro despacio
la puerta fría de color madera,
intimidad con humo de luz almacenada,
y risas en el fondo,
y una voz que denuncia mi costumbre
de llegar siempre tarde.
Escribir, por ejemplo, son ahora
mucho menos frecuentes estas noches,
y recuerdan inviernos negociados
con renta de amistad,
y tienen algo
de temblor fugitivo.
Las caras han cambiado, saben cosas
y se parecen más a nuestras vidas.
Escribir, por ejemplo, que los ojos,
cuando pasa la noche y en la calle
duele la luz del alba,
tienen otra manera de mirarse,
un modo más avaro de pensar
en los años, los meses, las semanas,
los días y las horas.
Noche eterna, tal vez
será mejor llamarte reincidente.
Estamos hechos de ausencia, más que de historias. También somos lo que no pensamos, donde no nacimos, donde no existimos. Yo soy las ciudades que no visité, las mujeres que no besé, los libros que no leí, los caminos que no transité, las decisiones que no tomé. No estar en el mundo es, irónicamente, una manera de plantearse ante él.
reconozco en el espejo la mirada
de esa niña que fui alguna vez
le hablo
trato de convencerla de que en unos años
se perforará y expandirá las orejas,
se mentirá que puede cambiar el mundo:
estudiará antropología,
se dará cuenta de que el mundo se quiere ir a la mierda:
estudiará literatura.
creerá las pendejadas de los poemas que lee
y un domingo, a las seis de la tarde,
comiendo una ensalada y un té para bajar diez kilos
en el café de la esquina,
reescribirá un poemario escuchando rock ochentero.
Tengo este mal hábito:
d
e
s
a
r
m
a
r
poemas
para encontrar
seres diminutos
que viven
entre los versos
y
comérmelos.
Toda la noche te miro,
tus ojos dos planetas alejados.
Nos miramos, nos juntamos
y el contacto eterno es inseparable,
un bigbang amoroso crea la ilusión
de que nos queremos,
pero los planetas se cubren
con una cortina enorme
y la imantación del encuentro
fue más falsa que la habitabilidad del terreno,
porque los astros se alejan obsesivos,
errantes como propios vagabundos y se quedan solos,
flotando en busca del choque verdadero.
Quizá un día fui feliz:
soportaba el contacto de juguetes ajenos,
el tendero me perdonaba cincuenta centavos
por una bolsa de papitas y unos chicles;
aquellos días me hacían sonreír,
la televisión me educaba,
jugar futbol en la calle
era la copa más importante de la Tierra,
los golpes el contacto divino
entre nuestra realidad y otra.
Quizá un día lo fui.
Quizá.
Acerco mi dedo al instante
de tu cuello en mapa de alas
poros rincones
increíble distensión para la fruta.
Acerco mi dedo al jolgorio de tu cuello
accesible a golpes marinos
a gentíos enfrente de bares.
Tu cuello-avenida del grito
que reconoce sectas hogareñas,
las más opíparas noches para piedra y fuego.
Acerco el dedo:
la querencia sube desde esta desnudez
curada a palos a la escapada
que a veces no deja ni abrir
las piernas de la sílaba.
Así.
…y en tu pupila nace todo el cielo
− Octavio Paz
Miente el ojo,
aquello
jamás será la plenitud.
Con sus pelitos tenues
muerde
estira el contracanto de la imagen
hasta el límite del hambre;
pero la cosa aquella siempre
fugándose reptil por la entreceja.
(Si no creo en el ojo
¿en cuánto creo?
¿Si todo es alucinación
dónde me planto?
¿En la mentira?)
Mientes.
El ojo juega placentero con su diente
y hace de cada canto
(los pedazos)
cosa viva.
“de un costado del hombre nace el día”
− Octavio Paz
Volver a los ombligos
con el puño ensangrentado
de tocar tanta puerta, tanto espejo.
Volver a la desilusión
con el ombligo abierto
y esperar a que te acoja como casa
que allí adento ocurra la detonación,
la casa convertida en universo.
Una sola estrella cabe
en la esquinita del ombligo que se abre al mundo
que se abre a la palabra
deseándose intacto a todo aquello
intacto inclusive al habitante
que es todo lo otro, es decir
nada en específico, el mundo, lo creado.
Y desde allí
desde el boquete infinito del ombligo
llorar el espanto, la fisura.
DENTRO del cuerpo
otro cuerpo oculto
espera.
Dentro del cuerpo
madura otro cuerpo
una sustancia
aumenta.
Otra carne, otro
ser, el que se ve
muda el rostro
suben a la piel
palabras
arrugas.
Cantan.
Pero el Tao no es cuerpo.
Piensa en un tigre:
ahora quita su piel
sus manchas,
sus garras sus dientes,
la misma ferocidad del tigre
borra su fuerza
haz desaparecer al tigre
de tu mente: sólo deja
el salto, el movimiento
la pura voluntad
de ser en el salto.
Lo que queda es poesía
y la poesía es Tao.
Una sola gota
y toda la lluvia es Tao.
Pero el agua no es Tao.
La sed no es Tao.
Tao es el río, no el agua.
Tao es poesía, no palabra.
Tao es ver el silencio
con los ojos cerrados.
Acariciar es escribir en el cuerpo.
Acariciar es cantar, hacer una pregunta
y escuchar con la mano
la respuesta de la piel.