Ella… Estatura: 1.53. Peso: 51kg. Edad: 27 años. Mujer. Residencia: Estado de México La conozco desde hace mucho, pero ella nunca solicitó verme….
2022
La risa de Miranda me llenó el corazón. Nunca aprendí a sonreír, no pude corresponderle. Toda ella olía a especias de cocina y un toque de perfume de magnolias. —Mírate,…
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1.Para empezar levanta el poema cuidadosamente de su papel.
2. Sopesa el poema en la palma de tu mano.
3. No temas al poema.
4. Toca con tus dedos los bordes del poema:
a. ¿Es áspero o suave?
b. ¿Es pesado o ligero?
5. Arroja el poema al aire. ¿Flota?
6. Pon el poema en tu boca. O bien:
a. Pon una pequeña cantidad sobre tu lengua como si fuera una pasta de dientes.
b. Introduce el poema entero en tu boca como una rebanada de pastel.
7. Retira la primera y la última palabra del poema. Agítalo fuertemente. Cada palabra debe salirse de su verso.
8. Coloca las palabras en tu boca y saboréalas. Chúpalas. Mastícalas. Haz gárgaras. Oculta las palabras en tus mejillas. Escúpeselas a la gente.
9. Cuando hayas terminado regrésalas a su lugar.
10. Susúrrale al poema.
11. Grítale al poema.
12. Recita el poema en plena luz del día / bajo la luz de la luna / con la luz encendida / con las luces apagadas / en el cuarto de baño / en el jardín / debajo de un árbol.
13. Recita el poema en los días soleados / los días de lluvia / en días tranquilos / en días ventosos / con el estómago vacío / con la boca llena.
14. Pon el poema en bloques y acuéstate debajo. Ponlo a la hora. Envuelve cada palabra en aceite. Lima los números del motor. Repinta el poema.
15. Desayuna sobre el poema. Mánchalo de café.
16. Párate sobre el poema.
17. Riega el poema.
18. Mezcla el poema con la ropa sucia.
19. Lleva el poema en el bolsillo durante una semana.
20. Ahora ya el poema te pertenece.
Puedo escucharte
haciendo pequeños agujeros
en el silencio
Lluvia
Si fuera sordo
los poros de mi piel
se abrirían para ti
y se cerrarían
y te conocería
por tu lamedura
si fuera ciego
ese especial olor tuyo
cuando el sol
endurece la tierra
el firme tamborileo
que produces
cuando el viento amaina
pero si no pudiera
escucharte olerte
o sentirte o verte
aun así seguirías
definiéndome
dispersándome
empapándome
Lluvia
Mi hija mayor se llama Cielo
que se hace de noche.
Su nombre hasta ayer era Nebulosa.
Con la punta de los dedos tocaba
la nariz de un mamífero
que se acercaba a otear su sangre
por detrás de una malla de metal.
Me habla de conocer nuevas especies de árboles,
de una casa que todavía no existe
y de ventanas por cuyas cesuras
se aprecia el mundo fragmentado,
el nuevo día que se escribe.
Algo continuamente está iniciando.
Adopta como suyos a los gatos
que llegan a vivir en los jardines públicos.
Tendrá un hijo, me dice, y le llamará Méjico;
Polo sur para su pequeña hermana.
Cuidará de sus plantas futuras desde ahora.
Si el tiempo se aproxima y arruina lo acordado:
la casa, los amores, el jardín
hoy todavía en el aire,
habrá que levantar una vez más
la torre, la decisión y el destino.
Y no precisamente en ese orden.
Si algo resiste, está viviendo entonces.
Recuerda que la vida no tiene dueño.
Si el cielo supiera
la mitad de lo que
hacemos aquí
abajo
quedaría devastado,
maltrecho,
y nada tendríamos
sino la lluvia.
No sé
lo que el viento
sabe de mí
pero moriría
por saber
eso que el viento
sabe
que yo no
sé.
Hoy fui a la escuela, bordeando el río,
bajo el día soleado, el deshielo
revitalizaba el agua de los estanques,
la música de las ondas
emergía directamente
de las obras de Granados.
Entonces
¿Qué es lo que aprendí hoy en la escuela?
Que si te importa la libertad
nada a ello es más parecido
que la música del agua
cayendo de las montañas.
Dame una palabra para quedarme toda la vida junto a ti, déjala grabada en mi alma. Dila, susúrrala, grítala. Esa palabra transmíteme. Di esa palabra para enamorarme de ti…