Siempre hay algo
que no llega a volverse carne:
no es que nos falte
es que nos excede.
La vida no cabe en la vida por eso siempre,
en algún lugar, se nos parte.
Siempre hay algo
que no llega a volverse carne:
no es que nos falte
es que nos excede.
La vida no cabe en la vida por eso siempre,
en algún lugar, se nos parte.
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que entre las piedras
nace a pesar del abandono,
obstinada como sus raíces,
sin adornos en el pelo.
Mis ojos distinguían
los matices verdes de las hojas.
Cuando te conocí llamabas a las cosas
con el idioma hallado en los rincones de tu infancia,
donde silencioso añorabas la tibieza prenatal
de la que habías tardado en salir.
Tu madre me dijo que allí te hiciste
la primera grieta
por donde la oquedad te invadiría.
Pero la tarde en que te descubrí
decías las palabras como el viento
forma y deforma las nubes del verano.
Mirabas las piedras como si en ellas
anidaran los verbos que nos harían falta
para comenzar los días por venir;
aprendías de la lluvia insólitos caminos
que marcaban nuestra ruta por las calles.
a tu lado, las botellas rotas fueron esquirlas de la noche,
y la noche, un lienzo para plasmar nuestros espantos,
y tú no eras tú, sino los rayos del sol en mis cabellos,
y al amor no lo nombramos con la boca,
sino con los ojos, con la yema de los dedos,
con nuestra humedad sombría.
Eran pocas palabras, pero daban luz;
me mirabas como si no existieran los finales
o la muerte no tuviera poder sobre nosotros.
Lo que amé en medio de tus ojos
fue tu sombra deslumbrando a la mía,
su altura encima se enmaraña hasta perderse.
Siembran de madrugada aquí cerca,
escuchamos el paso de sus charcos,
cuando una moneda a mitad de la noche cae en sol.
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