2021
Todos los tenemos, unos más que otros, pequeñas acumulaciones de grasa que rodean el rostro, algunos cubiertos de pecas y lunares que le dan forma a nuestra cara. Son grandes…
Volver a ser austeros, ser la noche en el médano.
El campamento de una juventud vieja.
La mirada detrás de una llama, rastros
de sombras conectándose.
Prendidos en el aire de unas pocas preguntas,
con la alegría fácil.
Recuperar esa confianza aunque hayan
quedado lejos
la estela desprolija de las carpas,
aquel candor
y nuestras caras lisas,
y la arena moviéndose treinta años atrás.
Algo aprenderemos de estos días
de grillos encendidos al regreso de un viaje,
la plaza abandonada a la suerte de sus canciones
que insisten con el alto reino de lo imposible.
Algo nos quedará de esta derrota
las horas en avión destinando ese tiempo
a doblegar la urgencia de quedarse, algo
de lo propio se recrea ahora
cuando en el parque se juntan las pancartas
se ruega lucidez.
Y frente a eso quieta, los libros apilados
los recuerdos como películas que ya no se consiguen,
esperar la sorpresa de los próximos meses, confiar
en los ciclos del sur, en los ritmos del clima
saber que cede el agua, que cae este polvillo
se hace más tibio el aire y así, naturalmente
el cuerpo se prepara
para asumir las nuevas travesías.
Noche, te pido algo que por fin nos alivie
que devuelva lo nuevo en medio de lo nuestro.
Y esa alegría cierta, reanimándose.
(Irrupción que la nombra, no me olvides).
ENCIMA de la ropa sucia, de los manteles y el cartón de huevo;
sobre la veladora, los trapos y la prensa de café;
en la azotea a la que no subimos, arde un sol lateral que no hay ahora.
Eso que recordamos tú y yo será otro día,
cuando haya bajado el sol lo suficiente,
antes de que tus manos y las mías se hagan sombra, no figuraciones.
Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.
Quisiera perseguir algún poema
que hablase de mis noches, nuestra noche,
la misma noche cálida de rostros conocidos,
en el mismo rincón, ya no hace falta
preguntar lo que bebe cada uno.
Escribir, por ejemplo, puedo cerrar los ojos
y todo sigue igual, abro despacio
la puerta fría de color madera,
intimidad con humo de luz almacenada,
y risas en el fondo,
y una voz que denuncia mi costumbre
de llegar siempre tarde.
Escribir, por ejemplo, son ahora
mucho menos frecuentes estas noches,
y recuerdan inviernos negociados
con renta de amistad,
y tienen algo
de temblor fugitivo.
Las caras han cambiado, saben cosas
y se parecen más a nuestras vidas.
Escribir, por ejemplo, que los ojos,
cuando pasa la noche y en la calle
duele la luz del alba,
tienen otra manera de mirarse,
un modo más avaro de pensar
en los años, los meses, las semanas,
los días y las horas.
Noche eterna, tal vez
será mejor llamarte reincidente.
Sé que la luz existe pues entra por un hueco que hay en la lámina.
Estamos hechos de ausencia, más que de historias. También somos lo que no pensamos, donde no nacimos, donde no existimos. Yo soy las ciudades que no visité, las mujeres que no besé, los libros que no leí, los caminos que no transité, las decisiones que no tomé. No estar en el mundo es, irónicamente, una manera de plantearse ante él.
reconozco en el espejo la mirada
de esa niña que fui alguna vez
le hablo
trato de convencerla de que en unos años
se perforará y expandirá las orejas,
se mentirá que puede cambiar el mundo:
estudiará antropología,
se dará cuenta de que el mundo se quiere ir a la mierda:
estudiará literatura.
creerá las pendejadas de los poemas que lee
y un domingo, a las seis de la tarde,
comiendo una ensalada y un té para bajar diez kilos
en el café de la esquina,
reescribirá un poemario escuchando rock ochentero.