Quisiera renombrar las cosas del mundo; vivir en una tierra donde todo es al revés y lo que creíamos conocer ahora es algo más. Quisiera borrar tu nombre de la…
Tengo una lista de cosas que no tienen nombre. Soy una persona de palabras, así que, si no tengo una palabra para algo, prefiero evadirlo y anotarlo en mi lista….
Esa tarde fui feliz. El atardecer sabía a melancolía, se escuchaba lo que ayer se habría llamado música, aunque era sólo la vida. Vi a la gente pasar,…
Ese día un penoso silencio se había adueñado de su lengua tras haber formado parte en tan abominable suceso. Quería compartirlo, pero todas las palabras de su vocabulario se habían…
Esa mañana un silencio dominaba el edificio. Sin embargo, decido no darle importancia, así que subo al tercer nivel para dirigirme a mi salón. Otra vez se había realizado un…
Desperté una mañana después de una noche de la que no recuerdo nada, tuve un sueño, una pesadilla: un hombre se acercaba a mí mientras caminaba hacia mi casa y…
Las tres de la madrugada. De nuevo. Beber tanto café antes de dormir nunca es una buena idea. Siento como si una carcajada estuviera atrapada entre mi pecho y mi…
Las jóvenes diosas, nocturnas
apariciones (ropa oscura,
plata quemando sus ombligos)
en la cadencia de la pista,
comenzarán a despintarse
con la premura de los años,
los problemas, quizá los hijos
que no tienen aún. Ahora
miran tus ojos con un claro
desprecio (ya tienes cuarenta)
y piensas en ciertas palabras
de Baudelaire que les darías
como si fueran frutas tuyas
(si al menos se acercaran), si
supieran quién es el poeta.
Pero ellas danzan, te rodean
sin importarles lo que callas.
Envejeciendo solas, brincan
sobre tus textos (tan perpetuas
y frágiles), deidades nuevas,
ellas, que bailan retiradas
de tu florero de Lladró.
En la luz que custodia secretas alegrías
del tiempo de los niños. Debajo de los últimos
frontispicios de Baalbek o Menorca. En la brisa
de un balcón entreabierto a la fresca inocencia
de la yedra o el círculo virtuoso de una fuente.
Olvidados de sí, del mundo aparte, acaso
con unas cuantas páginas de sílabas en llamas
que agiten su ebriedad igual que un himno. Al sur
o al norte, en algún mapa jamás desenterrado
de las ruinas cubiertas de azules frisos griegos.
La cerveza bruñida contra el calor, desnudos
como yemas del árbol que crece en las laderas
del júbilo. En abril o en verano, sin más
porvenir que no sea la piel de un día encendido
con pájaros. A orillas de un beso. En otra tierra.
En otra vida. Todos quisiéramos estar
en un lugar distinto, distante, sin vestigios
ni agónicas memorias de la melancolía
o el tedio que destila con odio su ponzoña.
En la niebla
vestigios de luz,
reductos de barandas,
el seco relámpago de un árbol.
Esparce el invierno sus cenizas
y en la sombra naufragan
quienes buscan ríos de infancia
y lejanías.
Un tren regresa o parte,
inventa un túnel,
se interna en laberintos.
La transparencia de tus ojos
permanece.