El aceitoso mundo de la lucha turca ha tenido figuras que nos resultan raras cuando nos adentramos en él. Umut Tarkanoğlu fue quizá uno de los ídolos desconocidos de esta noble tradición.
Estábamos bajo la sombra de un árbol, ella abrió el libro y extrajo flores secas, pequeñas corolas, suaves y delgadas, como papiros. Miré sus manos; algún milagro –pensé– se operó en las cadenas genéticas para que abriera y cerrara sus falanges.
Utiliza un tono y un estilo cercano al ensayo para hablar de la anatomía del cuerpo humano: “maravilla arquitectónica y de ingeniería”. Como su título lo indica, son apuntes, una serie de escenas; también, por momentos, ofrece descripciones más poéticas, que contrastan con la mención de órganos y sistemas: “la divina obra de arte”, “materia hecha carne y huesos”.
Cuando nacimos éramos libres, bastante pequeños a mi gusto, pero libres.
Acerco mi dedo al instante
de tu cuello en mapa de alas
poros rincones
increíble distensión para la fruta.
Acerco mi dedo al jolgorio de tu cuello
accesible a golpes marinos
a gentíos enfrente de bares.
Tu cuello-avenida del grito
que reconoce sectas hogareñas,
las más opíparas noches para piedra y fuego.
Acerco el dedo:
la querencia sube desde esta desnudez
curada a palos a la escapada
que a veces no deja ni abrir
las piernas de la sílaba.
Así.
…y en tu pupila nace todo el cielo
− Octavio Paz
Miente el ojo,
aquello
jamás será la plenitud.
Con sus pelitos tenues
muerde
estira el contracanto de la imagen
hasta el límite del hambre;
pero la cosa aquella siempre
fugándose reptil por la entreceja.
(Si no creo en el ojo
¿en cuánto creo?
¿Si todo es alucinación
dónde me planto?
¿En la mentira?)
Mientes.
El ojo juega placentero con su diente
y hace de cada canto
(los pedazos)
cosa viva.
En una escuela de Saltillo, en un barrio popular, se sitúa una secundaria problemática bardeada …
“de un costado del hombre nace el día”
− Octavio Paz
Volver a los ombligos
con el puño ensangrentado
de tocar tanta puerta, tanto espejo.
Volver a la desilusión
con el ombligo abierto
y esperar a que te acoja como casa
que allí adento ocurra la detonación,
la casa convertida en universo.
Una sola estrella cabe
en la esquinita del ombligo que se abre al mundo
que se abre a la palabra
deseándose intacto a todo aquello
intacto inclusive al habitante
que es todo lo otro, es decir
nada en específico, el mundo, lo creado.
Y desde allí
desde el boquete infinito del ombligo
llorar el espanto, la fisura.
¿Piensas en mí alguna vez? Supongo que será difícil ignorarme cuando duelo, pero me pregunto si alguna vez, en cualquier otro momento, ocupo un lugar en tus pensamientos.